miércoles, 25 de febrero de 2009

Funcionarios públicos ¿mexicanos?

Se preguntarán a qué se debe el título si por ley todos los funcionarios públicos de este país deben ser mexicanos. Sucede que yo aún tengo esa duda porque el día de hoy leí en las noticias que los funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE) incrementaron sus percepciones en 100%, incluyendo bonos, sueldo y demás rubros. Cuando prácticamente todos los mexicanos están con su trabajo pendiendo de un hilo, cuando muchos lo han perdido o les han reducido el sueldo con la finalidad de no perder el empleo, estas personas no sólo conservan su empleo, sino que reciben más dinero por el mismo trabajo. Por eso creo que ellos deben ser ciudadanos de otro nivel o de plano de otro país, como Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos, porque mexicanos no creo que sean.

Desafortunadamente no sólo son ellos, sino todo el aparato gubernamental. Se aumentan sus salarios y prestaciones por hacer el mismo trabajo. Simplemente es ilógico. En cualquier trabajo de este país, mientras uno no sea más eficiente, productivo y/o preparado, no se puede ser candidato a un aumento de suelo, mucho menos a una promoción. Los “servidores” públicos se aumentan el sus ingresos haciendo lo mismo, siendo menos productivos y la eficiencia es una palabra que simplemente no existe en su léxico. O acaso, ¿es más eficiente el aparato gubernamental? ¿Gastan menos en su gasto corriente? ¿Han mejorado los servicios? ¿Te tratan mejor cuando tienes la necesidad de hacer algún trámite? En mi caso, no. Espero que en el suyo sí, porque sería una rareza.

Quiero darles a conocer los nombres de estos personajes que por el salario que TODOS les estamos pagando sean unos súper genios:
Consejero Presidente
Leonardo Valdés Zurita
Consejeros
María Macarita Elizondo Gasperín
Virgilio Andrade Martínez
Marco Antonio Baños Martínez
Marco Antonio Gómez Alcántar
Francisco Javier Guerrero Aguirre
Alfredo Figueroa Fernández
Benito Nacif Hernández

Arturo Sánchez Gutiérrez

Léanlos bien y apréndanlos porque espero que nunca tengan el cinismo de postularse a puestos de elección popular, básicamente de legisladores, las estrellas de nuestro sistema de gobierno.

Sin embargo, creo que lo triste es que como mexicanos permitimos eso. Y no quiero decir que tengamos la culpa directamente, pero ¿por qué nos quedamos impávidos ante estas situaciones? Creo que la respuesta es porque muchos de nosotros no tenemos idea de cómo protestar ante esto. Alguien me dirá que marchemos (como buen perredista) hacia el IFE o Cámara de Diputados, pero creo que eso no es la solución ya que la tasa de efectividad de dichas marchas no es muy alta. Además, seamos honestos: con su trabajo, ¿tienen tiempo de ir a protestar frente a oficinas gubernamentales? Ya bastante trabajo tenemos todos como para estar yendo a no hacer más que gritar. Entonces, ¿qué podemos hacer los ciudadanos que sí trabajamos y creamos ingresos para que esos bandidos y sus familias coman? Si alguien tiene una respuesta, por favor compártamela.

Me queda claro algo, nosotros como materia prima de este país somos la raíz y origen de nuestro gobierno. Como J. J. Rousseau decía, “cada pueblo tiene el gobierno que merece.” Mientras nosotros como pueblo no cambiemos, todo seguirá siendo igual. No pretendamos que el partido en turno cambie las cosas. Si el cambio no viene de nosotros, simple y sencillamente no habrá cambio.

Por último, el único consuelo que puedo tener por el momento es que dicha gente no tenga tranquilidad de mente. Que sus caras se caigan de vergüenza al ver a sus hijos. ¿Qué autoridad moral podrán tener?

Me despido, como de costumbre, con una cita, en esta ocasión de Louis Dumur: “La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos.”

sábado, 21 de febrero de 2009

Sacerdote católico ¿antisemita?

Me topé con la noticia que en Argentina se había expulsado a un sacerdote católico de nacionalidad británica por realizar actividades no declaradas a la autoridad de la nación sudamericana.

El nombre de este señor es Richard Nelson Williamson, sacerdote de los llamados “lefebvristas”. Lo que me llamó la atención no fue el hecho de que haya estado realizando actividades no declaradas (o sea, mintiendo, en pocas palabras), sino que este sacerdote católico mencionó a un medio sueco que “el Holocausto judío (Shoah) durante la II Guerra Mundial no había tenido lugar.” Y afirmó que “no murieron seis millones de personas, sino sólo trescientos o cuatrocientos mil.” Las tres cifras me dejan atónito. Se supone que la Iglesia de Roma suele decir que “la vida está ante todo”. Una de dos, o para este señor sólo la vida de los católicos es importante o de plano es un antisemita.

Seis millones de personas murieron a manos de las tropas nazis. Si sólo hubieran sido las trescientas o cuatrocientas mil que este señor afirma, ¿no sería igualmente horroroso? ¿Qué hubiera pasado si fueran católicos? ¿Inflaría el número de asesinados? ¿Vale más la vida de un católico, de un musulmán o de un judío? ¿Qué pasa con la de una persona que no cree en ninguna religión? La vida humana es vida. Somos seres humanos. No cabe duda que el peor ciego es el que no quiere ver.

Si me considerara católico realmente me apenaría mucho lo que gente como este señor dice. A mí me enoja que tenga el cinismo de decir eso. Probablemente, él opina que tampoco hubo masacre en Rwanda o que la limpieza étnica que los serbios hicieron en la guerra de los Balcanes tampoco existió, o que el genocidio de los pueblos nativos de Mesoamérica durante la Conquista tampoco (donde se calcula que más de quince millones de personas perecieron a causa de las enfermedades europeas). Afortunadamente, el Su Santidad el Papa afirmó que la Iglesia no opina lo que el obispo Williamson. Bueno sería una expulsión notoria de la Iglesia para hacer notar que esto no sería tolerado.

¿Por qué un católico o un cristiano en general (y es algo que pasa mucho en México) detesta al judío? Mi opinión es tan simple como estúpida: los judíos mataron a Cristo. Se lo he oído a varios católicos practicantes y creyentes. Es una reverenda estupidez. Simplemente no puedo creer que algo así aún se dé en este tiempo. Me deja sin palabras. Bajo ese esquema, los indígenas del continente americano tienen derecho a exigir sus tierras, y los turcos de reclamar su otrora imperio otomano. Para mí, el cristianismo es una deformación del judaísmo. Al fin de cuentas, muchas de las celebraciones católicas son judías: la pascua (que se tergiverso con la resurrección de Jesús), la cuaresma (que ya existía como el período previo de preparación para el Yom Kippur o día de la expiación), o el hecho de leer las escrituras en las eucaristías). Más que enemistarse, deberían hermanarse.

Aunque el párrafo anterior es tema para una nueva entrada en este blog, creo que el Sr. Williamson es de la opinión de que el judío merece ser castigado por la razón expuesta anteriormente. Si tiene pruebas, que las presente y eliminaré esta entrada. Pero como documentalmente existen pruebas del Shoah, creo que eso no sucederá. Las peores, o de las peores matanzas de la historia, se han dado por religión o por creencias religiosas. En el nombre de Dios.

Todos deberíamos olvidar esas ataduras religiosas. La religión no es mala. Religión viene del latín Re Ligare, volverse a ligar con Dios. Así como la vida es variada, variados deben ser los caminos a Dios. ¿Qué religión puede u osa decir que es la única? Entonces ¿hay una única etnia o civilización?

Me despido, como de costumbre no con una, sino con dos citas. Una probablemente la conozcan por la película “La Lista de Schindler” y que es del Talmud; la segunda es una cita de Jonathan Swift.
“El que salva una vida salva al mundo entero.”
“Tenemos bastante religión como para odiarnos, pero no la suficiente para amarnos.”

martes, 17 de febrero de 2009

Capacidad de Asombro

Hace unos días, regresé de un viaje de negocios en la septentrional ciudad de Monterrey, en el estado de Nuevo León. Cuando iba saliendo en el taxi, un avión pasó a lo mucho a 15 ó 20 metros de altura a punto de aterrizar. No es la primera vez que lo veo, pero cada vez que tengo oportunidad de hacerlo, me sigue dejando helado. Una máquina que pesa al menos 50 toneladas, volando a más de 350 km/h y que parece que está suspendida en el aire…simplemente me asombra.

Este artículo lo escribí en una computadora portátil que es millones de veces más potente que la primera computadora, y cientos de veces que sus predecesores de hace tan sólo 1 ó 3 años. Tan sólo las calculadoras de bolsillo o para los estudiantes de ingenierías son tan potentes como pequeñas computadoras. Simplemente me asombra. Hace poco, en un programa de televisión informaban de que en pocos años nano máquinas recorrerán nuestros cuerpos para buscar tumores u microorganismos eliminándolos, trabajando de la mano con nuestro sistema inmunológico. Me asombro.

Pero no necesito ver estas cuestiones de tecnología de punta que estará disponible en los años por venir. Simplemente tengo que hacer el recorrido diario de mi trabajo a casa. Lo hago a más de 20 metros por debajo del suelo, en una máquina que va a casi 60 km/h, que funciona con corriente eléctrica. Hasta hace menos de 100 años ese recorrido que suelo hacer en menos de 30 minutos (aproximadamente 15 km), era una distancia impensable para recorrer en un día…y no una, sino dos veces. Podemos, sin subirnos en un avión, nuestros automóviles son capaces de recorrer más de 600 km en tan sólo 6 ó 7 horas. ¡Eran recorridos de semanas! Ya ni citemos a los aviones. El recorrido mencionado tan sólo toma 50 minutos, sólo que a más de 700 km/h y a aproximadamente 10 km de altura, en una máquina que es más pesada que el aire. Sorprendente. Asombroso.

Mi punto en esta ocasión es que hemos perdido la capacidad de asombro. Hemos perdido la capacidad de asombrarnos de lo común, de lo ordinario, tanto de lo natural como de lo creado por nosotros. Ya no nos sorprende un avión, no nos sorprende un árbol de 20 m de alto, ¡no! Perder la capacidad de asombro nos hace autómatas. ¡Asombrémonos con lo cotidiano! ¡Asombrémonos con lo nuevo! ¿Qué habría inventado Leonardo da Vinci si no se hubiera asombrado con el vuelo de las aves? ¿Qué habría diseñado Antoní Gaudí si no se hubiera asombrado con la funcionalidad de la naturaleza? ¿Qué hubiera pasado si sir Isaac Newton no se hubiera asombrado con la simple caída de una manzana de un árbol? ¿Qué hubiera pasado si Watson y Crick no se hubieran asombrado con la simple complejidad del código genético? ¿Cómo hubiéramos ido a la Luna si no nos hubiera asombrado desde siempre Selene?

Me despido como de costumbre, con una cita, en esta ocasión de Bertrand A. W. Rusell: “La conclusión final es que sabemos muy poco y, sin embargo, es asombroso lo mucho que conocemos. Y más asombroso todavía que un conocimiento tan pequeño nos pueda dar tanto poder.”

jueves, 12 de febrero de 2009

El siempre malo fútbol mexicano

Pues con la novedad que el equipo de fútbol de los Estados Unidos derrotó ayer al de México dos goles a cero. ¿Sorprende? En realidad no. Los Estados Unidos llevan sin conocer derrota ante México desde hace más de diez años; México es incapaz de ganarle en su territorio desde hace treinta y seis. Vuelvo a preguntar, ¿sorprende? No. Hoy por hoy ellos tienen mejor equipo de fútbol que nosotros. Los Estados Unidos son un equipo que ha llegado más lejos que México en los campeonatos mundiales de la especialidad: cuartos de final. Estados Unidos es un asistente constante a dichos campeonatos mejorando cada vez; México por el contrario está estancado. Lo más triste es que no solamente es aquel país el que ha avanzado. Honduras, Costa Rica, El Salvador, Jamaica y Trinidad y Tobago son países que son considerados “peligrosos”, futbolísticamente hablando. Ya no se diga el resto del mundo. Nos concentraremos en la región correspondiente a nuestro país. Los jugadores mexicanos siempre tienen excusas para no comprometerse; los americanos siempre quieren ganar, incluso a las verdaderas potencias futbolísticas. Ésa es una pequeña gran diferencia.

Mi opinión sobre porque el fútbol nacional simple y sencillamente es que se estanco. Sigue teniendo la misma capacidad de siempre, a pesar de los numerosos jugadores militando en ligas extranjeras. ¿Por qué antes México era el gigante de la CONCACAF? Todos los países, incluidos los Estados Unidos, temían (o más bien, no les interesaba el balompié), enfrentarse a México. Prácticamente era una pase virtual y automático al campeonato mundial y esos juegos eran para calentar motores. Pero los demás países se dieron cuenta que México simplemente (y como decimos aquí) “se durmió en sus laureles”. Hoy por hoy, cada vez que se va a disputar un encuentro con aquellas naciones, se prenden focos de alerta y sobretodo el miedo e incertidumbre por el resultado; ya ni pensar cuando se deben enfrentar contra equipos sudamericanos o europeos.

Es hilarante la manera en la que medios (sobretodo las grandes televisoras mexicanas) hacen alarde de una rivalidad que no tiene sentido y peor aún, que es producto de los ya habituales (hasta normales) triunfos americanos. ¿Por qué no había antes, en los ochentas o setentas esa rivalidad? Porque el equipo nacional siempre le ganaba al americano (quienes mandaban realmente un equipo amateur). Son éstas, en complicidad con la Federación Mexicana de Fútbol más los dueños de los equipos y la vista gorda del Gobierno quienes han puesto al fútbol (y al deporte en general) en la vergonzosa situación en que se encuentra.

¿Por qué las ligas europeas son las más competitivas y sus países de los que más campeonatos y subcampeonatos tienen? Porque primero buscaron que las ligas fueran competitivas, que realmente tuvieran a lo mejor de lo mejor, tanto de sus países como del resto del mundo. ¿Cuándo lo lograron? Cuando se dieron cuenta que el sistema de competencia por puntos, en lugar de grupos y eliminación generaba mediocridad. Allá cada partido es importante porque simple y sencillamente gana el que más puntos genera en el campeonato. Por lo tanto, cada partido se vuelve importante ya que mientras más se empaten o pierdan, más puntos se dejan de ganar. Eso es competencia pura. En nuestro continente, el sistema de competencia es por eliminación: existen “n” número de grupos de equipos los cuales, dependiendo de sus puntos, pasan a una ronda de eliminación, con el objetivo de llegar a una final. El problema de esto es que, de entrada, cada equipo tiene un 50% de posibilidades de pasar a estas fases: se fomenta la mediocridad.

Este mismo sistema lo usan los Estados Unidos en sus ligas deportivas, con una diferencia: su estructura deportiva universitaria (es decir, sus bases o “canteras”, como las llaman en el argot del fútbol) son sumamente competitivas. Ningún país del continente cuenta con esa capacidad de atender a sus deportistas. América Latina ha querido replicar el sistema de las ligas olvidándose de las bases. Craso error. Los resultados los estamos viendo hoy día. Desafortunadamente los seguiremos viendo. La realidad es que los dueños de los equipos sólo quieren ver dinero: y tienen razón, a final de cuentas son inversionistas y este deporte, como todo, es un negocio. Pero también, y a pesar de la dura competencia en Europa, son mucho mejores negocios de lo que son o llegarán a ser bajo el mismo sistema aquí.

Ahora, no nos engañemos, el sistema deportivo es una cosa, los equipos son otra. Cuando un jugador sudamericano tiene talento, inmediatamente se va a Europa. En México no. Sucede que cuando un equipo extranjero quiere comprar un jugador prometedor en México, lo quieren vender como si valiera su peso en oro; en América del Sur los ceden por menos dinero. Por eso vemos las ligas europeas llenas de argentinos, chilenos y brasileños. Cuando alcanzan su madurez, son los Ronaldos, Ronaldinhos y Maradonnas. Eso genera un gran ambiente competitivo en las ligas sudamericanas. Como aquí los equipos les pagan obscenidades de dinero cuando no lo valen, no desean irse. No adquieren experiencia y no hay espíritu de competencia.

Para finalizar, como de costumbre, me despido con una cita, esta vez de Albert Camus: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, al fútbol se lo debo.” Ojalá algún día la lean los dueños, federativos y jugadores.

lunes, 9 de febrero de 2009

Marcial Maciel, una nueva.

Pues para agregar una flor más al ya florido jardín de Marcial Maciel, esta semana se informó de la paternidad de este sacerdote católico de al menos una niña. El vocero de la Legión de Cristo mencionó que “…si bien el padre Marcial Maciel tuvo debilidades humanas y, en efecto, sí se han conocido algunos hechos que son sorprendentes y difíciles de creer. Afrontamos la actual situación con mucha serenidad y se privilegia el legado que dejó el sacerdote michoacano en favor de la Iglesia.”

A ver, ¿qué no se supone que un sacerdote católico no debe tener hijos? Tener hijos, además, infringe el voto de castidad, ¿qué no? Entonces, este señor, de entrada (y sin meterme en las acusaciones de pederastia), rompió sus votos. Me queda claro que no reconoció a su o sus hijos o hijas, por lo que también de entrada, sabía que había hecho mal (al menos para su iglesia). Esto me indica que su “apostolado” era más importante que las vidas de su concubina y prole. Me pregunto si al menos, con todo el dinero que produjo (y sigue produciendo la Legión) les habrá al menos dado una vida digna, o los habrá hecho pasar por el voto de pobreza forzada (que queda claro que él y sus legionarios no son muy adeptos). ¡Qué gran ejemplo de hombre! No ser lo suficientemente hombre como para aceptar paternidad. Me da miedo pensar que en las escuelas y universidades auspiciadas (ojo, no son gratuitas, de hecho son bastante caras) se muestra a este señor como un ejemplo. Esperemos que al menos la mujer con la que procreo haya hecho este acto de manera voluntaria y no coercitiva o de plano violenta.

Desde mi punto de vista estas cosas suceden por un motivo: el voto de castidad. Es una estupidez. Negar lo que uno es. No imagino a un rabino judío del siglo I d.C. que no haya estado casado…simplemente no hubiera tenido credibilidad (por mucho milagro que hiciera). ¿Dónde dice en la Biblia que para ser sacerdote los católicos no se pueden casar ni tener hijos? Hasta donde me he documentado, fue el papa Inocencio III quien para evitar problemas con los hijos de los sacerdotes por las herencias a las que tenían derecho por las propiedades de sus padres sacerdotes obligo a la castidad para que el Patrimonium Petri no se viera mermado. Reprimir lo que somos es antinatural. Si tantas ganas de ser castos y asexuados (si bien no hermafroditas) que se castren, tal y como lo hizo uno de los padres de la Iglesia, Orígenes.

¿Por qué la Iglesia de Roma no hace nada contra los pederastas? ¿Por qué me da la impresión que castigan más a los sacerdotes que desean casarse o que procrean hijos que a aquellos que cometen pederastia o alguna otra perversión? En los Estados Unidos, la Iglesia Católica ha preferido pagar cientos de millones de dólares americanos para callar las voces de aquellas víctimas de pederastia; a la fecha, no conozco ningún sacerdote convicto por esos crímenes. ¿No es de miedo pensar en dejar a los niños en escuelas administradas por grupos religiosos? Ni hablar, como se dice, pagan justos por pecadores.

La Legión de Cristo, a través de su vocero, dice sobre el caso de su fundador que: “Hay hechos que no serían acordes al comportamiento de un director de una Legión, y por respeto no podemos emitir un juicio”. Ahora está con Dios.” O como se dice, “ahogado el niño, a tapar el pozo.” No soy quien para emitir un juicio sobre el Sr. Maciel. Simplemente digo que si el río suena es porque piedras lleva. Como ellos dicen, esperemos que esté ahora con Dios rindiéndole cuentas en caso que sean ciertas las acusaciones; si no, que esté en paz per sæcula sæculorum.

Como de costumbre, me despido con una cita, ahora de Alfred N. Whitehead: “La religión no volverá a recuperar su antiguo poder hasta que no se le vean cambios en su rostro, como los hubo en la ciencia.”

viernes, 6 de febrero de 2009

Mexicaneidad

Hace no mucho me pregunté qué nos hace mexicanos, es decir, qué es un mexicano. Una respuesta sencilla y rápida es un habitante de los Estados Unidos Mexicanos (lo cual nos haría también estadounidenses, de algún modo). Pero creo que dicha respuesta queda bastante corta. Mi escrito en esta ocasión no será para ahondar en las complejidades de lo que es la mexicaneidad, sino solamente tratar sobre los dos grandes principios de la mexicaneidad: lo indígena y lo español.

¿A qué viene esta cuestión? Estando en Chile por cuestiones de trabajo un colega de dicha nación sudamericana me preguntó - ¿cuál es u herencia? ¿De qué estás más orgulloso de tu país? – Esto fue una pregunta por la que no estaba preparado. Pensé en decirle en la grandeza precolombina de las civilizaciones indígenas o de la época colonial en que la Nueva España era (y creo que sigue siendo) el territorio más importante de Hispanoamérica. Pero mi respuesta fue simplemente: “Estoy orgulloso de ser mexicano.”

Tuvimos una buena y sabrosa conversación aderezada con sus opiniones sobre México y las mías sobre el casi desconocido Chile. Uno de sus comentarios era que la mayoría de los mexicanos que él conoce están súper orgullosos de sus antepasados indígenas, de las grandes ciudades precolombinas como México – Tenochtitlán, Chichén Itza, Palenque o Chicomostoc. Pero para mí, aunque eso es bueno y debemos estar orgullosos de eso, ¿por qué nadie responde que están orgullosos de sus raíces españolas? ¿Nos dan pena? No lo creo.

Cuando estamos en nuestro amado país lo menos que queremos es vernos, o parecernos o vestirnos como nuestros ancestros nativos. Es mejor si nuestros hijos son güeros, o mínimamente de tez blanca. Preferimos ropa de marca europea o americana, no la ropa auténticamente mexicana. Es mejor si los novios o novias de nuestros parientes son rubios o de ascendencia europea. Preferimos, en muchas ocasiones, vinos europeos (o chilenos) que los verdaderamente excelentes vinos nacionales. Es decir, estamos orgullosos de nuestros ancestros indígenas, pero queremos ser europeos. Creo que es un comportamiento hipócrita.

Yo denomino el motivo que nos gusten las personas rubias o de piel clara como el síndrome Tonatiuh. Así llamaban los mexicas a Pedro de Alvarado, lugarteniente de don Hernando de Cortés (verdadero creador de México), quien detestaba particularmente a los antiguos mexicanos. Éstos los idolatraban y lo veían más como un ser sobrenatural por su cabellera, barbas y vello pelirrojos: lo llamaban Tonatiuh, el hijo del sol. Es por esto que tenemos ese particular gusto por personas de tez más clara y de cabelleras distintas a la azabache. Al menos esa es mi hipótesis.

Debemos ser congruentes con nuestras dos raíces, la española y la indígena. Sí, nuestros ancestros prehispánicos nos dan una identidad, pero nuestros ancestros hispanos nos dieron un bagaje cultural igual de importante. España era y es un crisol de culturas: íberos, celtas, romanos, visigodos, sefardíes, moros,… Y no contemos las inmigraciones italianas, francesas, germanas y británicas, que sin dejar de ser importantes (y valiosas) no tienen la proporción de la española. Aceptémoslo, la religión, la vestimenta, la música, la literatura ¡el idioma! Todo bagaje español. ¿Por qué en lugar de renegar de esta herencia, no la aceptamos al igual que la indígena? Hoy por hoy, somos más europeizados que “indigenizados”.

Como conclusión, la mexicaneidad es ser indígena y europeo. Como nuestra raza es un mestizaje, nuestra cultura también lo es. Le mexicaneidad, por ende, es ser simplemente mexicano.

Me despido, como de costumbre, con una cita, en esta ocasión de don José María Morelos y Pavón, generalísimo y siervo de la nación: “Que de ahora en adelante se proscriba la esclavitud y que lo que distinga a un americano de otro sea el vicio o la virtud.”

martes, 3 de febrero de 2009

Morirse en chiquito

Durante estos días me encuentro en la zona metropolitana de Monterrey, N.L. en un viaje de trabajo, que espero le dé más trabajo a la empresa en la que laboro, sobretodo en estos días complicados.

Aunque no es la primera vez que vengo, sí es la que más recordaré, al menos hasta que algún otro evento le imprima un sello particular a otra visita futura. El citado evento simple y sencillamente es una terrible indigestión sumada a un alimento (el cual sospecho que fue una milanesa de res). Ustedes dirán, “¿me hace perder mi tiempo por esto?” Créanme, es terrible.

Todo inicio con un desayuno abundante: fruta, cereal, chilaquiles, huevo con machaca, frijoles y jugo de toronja. No crean que un plato de cada cosa: un poco de todo. Esto fue aproximadamente a las 9:30 hrs. Después del mediodía, a eso de las 14:3º hrs. llegó el tiempo de la comida: una sopa de tortilla y una milanesa de res. Esto fue el acabose. Durante toda la tarde me sentí algo indigesto, y pensé: “Es sólo indigestión, mejor no ceno.” Pero a eso de las 18:00 hrs. tomé un café expreso doble y fue la gota que derramó el vaso…o más bien, el estómago. Dolor que iba y venía, algo de diarrea…bueno, no quiero extenderme en este agradable tema. Lo que sí es que me empecé a sentir con frío, y para las 21:00 hrs. solamente cené un agua mineral para ver si me ayudaba a la digestión. Nada. A las 22:30 hrs. ya estaba dormido.

1:20 hrs.: me despierta un terrible retortijón y volando voy al baño. Terminó a terrible sesión diarreica de pasada la medianoche, cuando, al retornar a la cama, me da un arqueo vomitivo que me hace arrodillarme ante el ídolo de porcelana y devolver, casi por completo, toda la comida. Mi hinchazón estomacal se debía a que, por algún motivo, el estómago no había digerido casi nada de la comida.

Aunque dicen que vomitar es bueno en estos casos no deja de ser una experiencia que la comparo con una muerte en pequeño, morirse en chiquito. Es innatural devolver comida no por el hecho de devolverla, sino porque el tracto por el que entra la comida está precisamente diseñado para que ingrese, no para que egresar. Este proceso no se termina con la acción descrita, sino que hay varios síntomas que me persisten durante el día: palidez, falta de apetito, sensibilidad gástrica, dolor de cabeza, sensación de falta de aire y hasta un poco de arritmia cardíaca (o al menos así la siento, aunque sospecho que puede ser simplemente un efecto de la sensibilidad gátrica), y el constante miedo de que un retortijón anuncie un nuevo ataque de diarrea.

Eventos como el que me ha sucedido me dan la idea de lo frágil que es el cuerpo humano. Es poderoso, sí, pero frágil a la vez. Un simple alimento, un microbio o virus que ni siquiera podemos ver prácticamente nos puede matar, o como en mi caso, hacerla pasar muy mal. Cada vez me doy cuenta que conforme pasa el tiempo la resistencia al alcohol, a las comilonas y a las desveladas. Pero esto, es tema de otro escrito.

Espero de corazón que no tengan que morir en pequeño y si lo hacen, que sea realmente para la mejora de su salud y el no ingreso de toxicidades al cuerpo.