martes, 17 de febrero de 2009

Capacidad de Asombro

Hace unos días, regresé de un viaje de negocios en la septentrional ciudad de Monterrey, en el estado de Nuevo León. Cuando iba saliendo en el taxi, un avión pasó a lo mucho a 15 ó 20 metros de altura a punto de aterrizar. No es la primera vez que lo veo, pero cada vez que tengo oportunidad de hacerlo, me sigue dejando helado. Una máquina que pesa al menos 50 toneladas, volando a más de 350 km/h y que parece que está suspendida en el aire…simplemente me asombra.

Este artículo lo escribí en una computadora portátil que es millones de veces más potente que la primera computadora, y cientos de veces que sus predecesores de hace tan sólo 1 ó 3 años. Tan sólo las calculadoras de bolsillo o para los estudiantes de ingenierías son tan potentes como pequeñas computadoras. Simplemente me asombra. Hace poco, en un programa de televisión informaban de que en pocos años nano máquinas recorrerán nuestros cuerpos para buscar tumores u microorganismos eliminándolos, trabajando de la mano con nuestro sistema inmunológico. Me asombro.

Pero no necesito ver estas cuestiones de tecnología de punta que estará disponible en los años por venir. Simplemente tengo que hacer el recorrido diario de mi trabajo a casa. Lo hago a más de 20 metros por debajo del suelo, en una máquina que va a casi 60 km/h, que funciona con corriente eléctrica. Hasta hace menos de 100 años ese recorrido que suelo hacer en menos de 30 minutos (aproximadamente 15 km), era una distancia impensable para recorrer en un día…y no una, sino dos veces. Podemos, sin subirnos en un avión, nuestros automóviles son capaces de recorrer más de 600 km en tan sólo 6 ó 7 horas. ¡Eran recorridos de semanas! Ya ni citemos a los aviones. El recorrido mencionado tan sólo toma 50 minutos, sólo que a más de 700 km/h y a aproximadamente 10 km de altura, en una máquina que es más pesada que el aire. Sorprendente. Asombroso.

Mi punto en esta ocasión es que hemos perdido la capacidad de asombro. Hemos perdido la capacidad de asombrarnos de lo común, de lo ordinario, tanto de lo natural como de lo creado por nosotros. Ya no nos sorprende un avión, no nos sorprende un árbol de 20 m de alto, ¡no! Perder la capacidad de asombro nos hace autómatas. ¡Asombrémonos con lo cotidiano! ¡Asombrémonos con lo nuevo! ¿Qué habría inventado Leonardo da Vinci si no se hubiera asombrado con el vuelo de las aves? ¿Qué habría diseñado Antoní Gaudí si no se hubiera asombrado con la funcionalidad de la naturaleza? ¿Qué hubiera pasado si sir Isaac Newton no se hubiera asombrado con la simple caída de una manzana de un árbol? ¿Qué hubiera pasado si Watson y Crick no se hubieran asombrado con la simple complejidad del código genético? ¿Cómo hubiéramos ido a la Luna si no nos hubiera asombrado desde siempre Selene?

Me despido como de costumbre, con una cita, en esta ocasión de Bertrand A. W. Rusell: “La conclusión final es que sabemos muy poco y, sin embargo, es asombroso lo mucho que conocemos. Y más asombroso todavía que un conocimiento tan pequeño nos pueda dar tanto poder.”

1 comentario:

  1. Lo cotidiano no asombra porque estamos acostumbrados a ello, cosa más que natural y por lo tanto no nos debería "asombrar".

    El hombre es animal de costumbres y de adaptabilidad. Se adapta fácilmente a cualquier condición, sea buena o mala. Precisamente, esa capacidad, que nos ha ayudado a sobrevivir, es la que nos permite no asombrarnos con lo cotidiano.

    Los ejemplos que pones de grandes personajes de la historia no son del todo correctos. No se asombraban de las cosas cotidianas. Ellos, a diferencia de la gran mayoría, más bien buscaban el por qué de las cosas. Que es diferente a "asombrarse"...

    De hecho la palabra asombrar significa "sin sombra". Es el estado cuando descubres algo, es decir, le has quitado la sombra a un conocimiento oculto. Esa es más bien la verdadera capacidad de asombro. Maravillarse con los nuevos descubrimientos (a nivel personal) que uno hace día con día. No con las cosas cotidianas. Si fuera así, el conocimiento no avanzaría pues estaríamos parados asombrándonos con las cosas que ya conocemos y no buscaríamos nada más allá de nuestras narices.

    En todo caso, quizá tu idea se asemeje más con el tratar de no perder el niño interior que todos deberíamos llevar dentro. El cual se pregunta como funcionan las cosas, el por qué de ciertas cosas o comportamiento, y una vez que hayamos descubierto ese por qué, entonces sí, asombrarnos con lo que acabamos de aprender. De este modo, daríamos un paso más en la búsqueda diaria de la verdad...

    ResponderEliminar